CONTANDO DÍAS

– Dame algo que contar y contaré sin parar. ¿Por qué? Porque eso es lo que yo hago. No hay otra razón. Todo el mundo necesita hacer algo con su vida sino se marchita lentamente hasta extinguirse. Yo todavía estoy fresca y llena de energía así que dame algo que hacer. No estoy lista para morir aún.

Y así fue como consiguió el trabajo. Pero no era lo que ella esperaba. ¿Cuándo lo es? Después de sólo dos semanas ya sabía que iba a dejarlo. Aunque necesitaba algo que hacer, todo el mundo necesita algo que hacer. Pero no eso. No así. Eso no era lo que ella hacía.

Se fue a la playa a contar conchas, las incontables conchas. Prefería contar conchas antes que números. Aunque cuando cuentas conchas se convierten en números. Eso es lo que ella hacía: coger cosas del mundo y convertirlas en números.

Esa noche estuvo contando estrellas y al día siguiente contó números otra vez, toda la mañana hasta el descanso de la comida. Entonces contó los descansos, contó los pasos, las puertas, la gente en la calle. Ella contó los bocadillos en las neveras y las bebidas. El personal en la cafetería. De vuelta en la oficina, contó sus compañeros, contó los ordenadores y contó cuantas cosas había contado: 2,167,4, 39, 27, 21, 4, 9, 13, en total 9. Luego contó cuantos días le quedaban para dejar el trabajo. Obtuvo dos cifras: 15 y 7843. Después volvió al habitual contar números. Al día siguiente dio su carta de renuncia. Dos semanas más y se iría a contar alguna otra cosa.

– Todo el mundo necesita hacer algo en la vida, sino lentamente se marchitan y se extinguen. Esto es lo que yo hago. Pero no quiero contar números. Los números son para contar no para ser contados.

Y así fue como consiguió el trabajo pero nunca volvió a contar números.

 

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UNA MANCHA FUNESTA

 

Aquel día su madre encontró su diario y en su frente apareció una marca roja y asquerosa. Crecía rápido, como una irritante e infecciosa rabia. Estaba tan asustado como enfadado. Enfadado consigo mismo, antes que nada, por ser tan descuidado como para dejar su diario a la vista; pero principalmente con el mundo por ser como es.

– ¿Es esto verdad? Todas las cosas que hay escritas aquí, ¿es realmente lo que piensas? – le preguntó su madre.

Él no respondió. Su mente estaba creando un montón de respuestas pero su boca permanecía completamente cerrada. Algo entre su cerebro y su lengua estaba parando la corriente de palabras. En su lugar su sangre caliente fue cabalgando hacia su frente. Su madre le estaba preguntando, su boca estaba sellada y la frente le picaba infernalmente. Pero no se atrevió a rascarse, no se atrevió a mover ni un músculo. Él sólo quería desaparecer. Picor y sudor hasta que su madre desistió y lo dejó en paz, cansada de preguntar sin obtener ninguna respuesta.

– Oye, escucha, no creo que pueda montármelo esta noche. Lo siento. Pero hacemos algo la semana que viene, lo prometo.

– ¡Qué cojones! Ni hablar, es mi cumpleaños. ¿Por qué no? Alguien se tiene que estar muriendo si no no tienes excusa. –dijo su novia.

Bueno, no su novia novia, sólo algo parecido. Una mentira más, tenía que pensar deprisa, lo que era seguro es que no quería que ella lo viera con esa fea y vergonzosa marca en su frente.

– Es el trabajo. Mi jefe quiere que termine una cosa esta noche así que… de verdad que lo siento.

– ¡Qué le jodan al trabajo! ¡Y a tu jefe! ¡Venga, hombre, que es mi cumpleaños!

– No, lo siento, no puedo.

– ¿Sabes qué? Si no vienes esta noche no te molestes en llamarme más.

Realmente no quería perderla pero quería incluso menos que lo viera así. Ya encontraría alguna solución más tarde. Primero tenía que parar esa maldición de su piel.

La primera vez que esa horrible marca apareció él era muy joven. Apenas tenía diecisiete años entonces. El médico le dijo que era una alergia. Después de varias cremas y pastillas la mancha finalmente desapareció pero volvía en cualquier momento. Pronto descubrió que, de hecho, los medicamentos no hacía nada. Que la marca aparecía cada vez que el cerraba la boca. Cada vez que quería decirle a su madre que no le gustaban nada esos espaguetis con mejillones y que odiaba estudiar derecho. Al final encontró una solución. Escribía en su diario todo lo que no se atrevía a decir. Eso fue su medicina. Podía escribir páginas y páginas tan blancas como su frente. La asquerosa y repugnante mancha y la picazón se disolvían con la tinta de su bolígrafo.

Sin embargo, ahora que su madre había abierto la caja de Pandora ya no había remedio para su enfermedad. Aun que nadie más en el mundo supiera sus palabras el antídoto de su diario había quedado obsoleto.

No podía encontrar ninguna solución y su estrés subía como el agua en la cisterna del wáter después de tirar de la cadena. La misma soez sensación. Sintió que si se quedaba allí, en casa, se ahogaría pronto. Se puso una sudadera con capucha y salió a la calle. Simplemente caminaba pensando qué hacer, dónde ir. Sabía que tarde o temprano su madre volvería a interrogarle. Él no había encontrado todavía un buen argumento. Estaba tan inmerso en sus pensamientos, tan abrumado por su angustia que no pudo encontrar ninguna manera de librarse del problema. Habían pasado horas y la mancha había crecido más y más. Se paró delante de un escaparate y vio que la marca se había extendido por su nariz y corría hacía su boca. Se hacía tarde y se sentía totalmente agotado. Después de tantas horas de angustia su cuerpo decía ya basta. Entonces sólo pensaba en encontrar algún sitio donde dormir. Ya estaba decidido que no volvería a casa. Su casi novia no era una opción, estaba enfadada con él. Por otra parte, no quería enseñarle su horrible marca. Sólo necesitaba descansar y dormir aunque era consciente de que, probablemente, no podría dormir en ese estado mental. ¡Drogas! Necesitaba tomarse algo. Un pensamiento feliz le vino a la mente. Se acordó de un compañero de la universidad que solía tomar drogas y vivía cerca de allí. Era un niño pijo que heredó un piso de su abuelo. Nunca se tomó los estudios seriamente. Bueno, nunca se tomó nada en serio. Se dirigió a casa de ese colega.

– Hace mucho que no te veo, tío. No te he reconocido. –dijo su amigo. – ¿A qué viene el rollo de la capucha? ¿Estás huyendo?

– Más o menos. De hecho… necesito alguna cosa. ¿Tienes algo?

– No serás policía, ¿no?

– Soy abogado. Ya lo sabes.

– Era broma. Venga, entra. Vienes en el mejor momento, me he montado una pequeña fiesta.

Había varias personas en el salón, todos iban puestos. Sobre la mesita de café había lo que parecía un buffet de drogas. Todo listo, simplemente sírvete tu mismo. Un par de chicas estaban gritando y bailando, perdiendo el equilibrio y riendo. Todo eso le daba igual, él cogió algo de hierba, se lió un porro y encontró un sitio donde sentarse y relajarse. Sólo entonces decidió mirar su móvil. Tenía muchas llamadas perdidas de su madre. También algunos mensajes diciendo que iba a llamar a la policía. Le mando un mensaje diciendo que no llamara a la policía que él estaba bien, que estaba con su novia celebrando su cumpleaños.

Después de fumar, se fue silenciosamente a buscar un sitio donde tirarse a dormir. Encontró una habitación vacía y se echó en la cama a dormir profundamente. No fue tan placentero como esperaba, estuvo soñando toda la noche. Cuando se despertó acababa de amanecer, le dolía la cabeza y tenía una especia de dolor en el pecho. Quizá era porque había fumado la noche anterior o quizá era alguna otra cosa. Le había subido la temperatura y sintió ganas de vomitar al levantarse. Estaba seguro de que iba a morir. Sintió ganas de llorar al tiempo que se clavaba las uñas en la frente. De algún modo eso le aliviaba el insoportable picor de su piel y la opresiva rabia de su corazón. No podía dejar de pensar en su no-realmente-novia y cuanto quisiera hablar con ella antes de morir. Decirle todas esas cosas que nunca se atrevió a decir. Cogió un trozo de papel y empezó a escribir. Todas esas preciosas palabras que él había estado guardando en su mente como si fuera la caja fuerte más segura del mundo. Y eran muchas. Llegó un punto que tuvo que buscar más papel. Caminó por el piso saltando gente dormida y encontrando hojas y hojas en las que escribió durante horas. Su plan era enviarlo por correo pero ya que estaba apunto de morir por qué no darle en mano todos esos preciados pensamientos y, al menos, verla por última vez.

Reunió fuerzas y salió de aquel apartamento que le pareció tan irritado y feo como su cara. Se cubrió tanto como pudo con la capucha y caminó por las calles clavándose las uñas en la cara cada dos por tres. El insoportable picor se estaba extendiendo. Sus codos y rodillas estaban rojos e insoportables. Hubiera querido arrancárselos y convertirse así en el monstruo que ya sentía que era, deforme, sin brazos ni piernas. Inmóvil. Llego a casa de su no-todavía-exclusiva-novia y picó a la puerta tiritando. Ella abrió la puerta en pijama.

– ¡Qué coño! –dijo ella cuando lo vio.

Él, con la cabeza baja, simplemente le alargó la carta. Ella la cogió, la abrió y leyó las primeras palabras mientras él se daba la vuelta tiritando y empezaba lentamente su camino a la muerte.

– “Las cosas que nunca te he dicho” ¡Ni hablar! Sea lo que sea me lo vas a decir ahora mismo. Si quieres cortar me lo dices en la cara.

Sin más, ella despedazó la carta ante su consternación. Se tomó el tiempo de hacer pequeños trozos de todas esas páginas y fue dejando caer pedazo a pedazo. Él se arrodilló en el suelo tratando de recoger todos los trocitos.

– ¡Oh, por Dios! ¿Por qué montas tanto drama? –dijo ella.

Él no pudo evitar un agudo sollozó y después de eso lloró como un bebé.

– ¿Estás llorando? ¿En serio estás llorando? –preguntó ella.

Le bajó la capucha para descubrir su cara. Lo que vio era lo último que ella esperaba ver. En su mente ese idiota quería dejarla, por eso no apareció en su cumpleaños. Pero llegado ese punto, ella empezaba a pensar que él era un enfermo mental porque, incluso para cortar, no hay necesidad de aparecer tan pronto por la mañana y montar tal escena.

– ¿Qué te está pasando?

– Me estoy muriendo.

– ¿Por qué?

Él no contestó, siguió sollozando. Ella tiró de él y lo metió en casa.

Tardó bastante en calmarse y volver a respirar. Ella lo metió en su cama y el siguió sollozando bajo la manta durante bastante rato. Mientras tanto ella le preparó desayuno y un café. Cuando fue a la habitación con unos huevos revueltos, bacon y tostadas él ya había dejado de llorar. Tenía sueño. Incluso pensó que había llegado el momento. No se estaba quedando dormido, se estaba quedando muerto.

– Vamos, come. Te sentirás mejor. Sea lo que sea lo que te está pasando, tú no te estás muriendo.

– No estaba trabajando ayer por la noche.

– ¿No?

– Odio mi trabajo. Nunca hago horas extras.

– ¿Entonces?

– Esta cosa empezó ayer. No quería que me vieras así.

– No es tan malo.

Ella tiró de la manta pero él la agarró con todas sus fuerzas. Forcejearon con la manta hasta que ella la dejó ir.

– ¡Venga ya! Si tu no sales tendré que ir yo. –dijo ella.

Entonces desde los pies de la cama, ella levantó la manta y se metió debajo. Nuevamente él intentó luchar pero esta vez no pudo evitar que ella se acercara a su cara. Muy cerca. Pero en la oscuridad de debajo de la manta él se sitió más confiado y ella más cariñosa. Lo acarició y abrazó.

– Dime que pasa. –ella susurró.

– Ayer mi madre encontró mi diario. –él también habló en susurros.

– ¿Lo leyó?

– Por supuesto.

– ¿Que hay en ese diario? ¿Qué has escrito?

– Todo.

– Debe ser muy malo.

– Es malo, muy malo.

– Entonces no te estás muriendo. Tu sólo tienes el peor caso de vergüenza y bochorno jamás visto. No te preocupes. Relájate. Se te pasará.

– Siento haberme perdido tu cumpleaños. Eso es lo último que hubiera querido… Te quiero.

– ¿En serio?

– Creo que sí.

– Eso está bien. Sigue queriéndome y tal vez tu mancha roja desaparezca.

 

Él no entendía como era que ella lo sabía pero tenía maldita razón. Pasó el resto de ese sábado en la cama con ella haciendo el amor y haciendo bromas. Al día siguiente la fiebre había desaparecido completamente y la funesta marca se estaba diluyendo. Se había retirado de nuevo a su frente. Únicamente había dicho una gran verdad: que la quería.

Todavía tenía que encararse a su madre. Y el resto del mundo. Pero sabía que esta vez tendría que hablar. Le llevó bastante tiempo pero poco a poco pudo controlarlo. A veces necesitó escribirlo antes de poder decirlo. Fue un buen truco para dejar su trabajo, algo así como seguir el guión de “Cómo decirle a tu jefe que le jodan” pero funcionó. Su funesta marca desapareció y nunca volvió.

 

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REGALOS DE BODA

La peluquera llegó temprano por la mañana a su casa. Jamás antes Laura había hecho tantos cuidados de belleza. Después de la ducha crema corporal, más crema hidratante para la cara, seguido de crema bronceadora por todo el cuerpo y la cara. No le acaba de gustar mucho, le daba un color más anaranjado que tostado, pero la peluquera/maquilladora aseguraba que quedaría muy bien. Y su madre le repetía que le hiciera caso a la peluquera que era una profesional y sabía lo que se hacía.  Después base de maquillaje, seguida de polvos, y otros polvos más para no sé que, y aún otros más. Laura echó la cuenta y llevaba al menos cinco capas de diferentes productos. Y en el pelo otro tanto más. Uñas: manos y pies, precedido de una expolio de las pieles muertas. El proceso empezó a las 8 de la mañana, le habían tocado hasta el último rincón de su cuerpo, rincones externos claro. Sus órganos internos sentían una especia de temblor que le sembraba la duda sobre todo aquello. Sobre el sentido de todo aquello. Su madre le decía que eso eran los nervios, claro, toda  novia se muere de nervios el día de su boda. Era ya mediodía y por fin estaba peinada y maquillada, ahora faltaba el vestido. Tenía hambre, pero tenía nervios, así que  su madre le aconsejó no comer, porque estropearía todo el trabajo de maquillaje a parte de que con sus nervios era mejor no comer.

-Pero hasta la cena me habré desmayado de hambre. Tengo que comer algo.

-No te preocupes, te prepararé alguna cosita, un bocadillito. No quiero que mi niña se desmaye en el día de su boda. Con la ilusión que me hace verla subir al altar. Nada puede estropear el día más importante de tu vida.

Tras esta sentencia un abrazo amoroso, el bocadillo y hora de ponerse el vestido. Ahí estaba Laura, con su vestido de novia el día de su boda. Había adelgazado cinco quilos haciendo una  dura dienta durante los últimos seis meses. El vestido era precioso, de cuento de hadas, tan bonito que no era ni un vestido, era algo más como una escultura digno de ser expuesto en un museo pero no de algo que vestir. Quilos de menos, maquillaje y vestido irreal. Laura se miró al espejo y no pudo reconocerse.

–         Mami… -le salió apenas un hilo de voz.

–         Estás preciosa.

–         ¿Sí?

–         Sí, mi amor, como nunca antes.

Su madre ya estaba lista también. Llevaba un espectacular vestido dos piezas fucsia de satén brillante. Pero ella no había adelgazado nada en los últimos meses. El vestido que pretendía ser el colmo de la elegancia le hacía parecer una morcilla galáctica. En vez de ser un vestido hecho para sentar bien parecía hecho sólo para llamar la atención. Se vio reflejada en el espejo junto a su hija y no le gustó lo que vio.

–         Pero… -dijo la madre-. Ese escote… te queda fatal.

–         ¿El qué?

–         ¿No lo ves? El escote del vestido hace una arruga rara… que además enseñas mucho las tetas. No queda muy bien, es muy vulgar.

–         Pero mami, si me lo probé antes y quedaba bien.

–         Será porque te has adelgazado demasiado.

Laura se derrumbo, no podía ir enseñando las tetas en su boda. Se echó a llorar irrefrenablemente aún a riesgo de estropear las dos horas de maquillaje.

–         No llores hija que esto te lo arreglo yo en un momento.

–         ¡No! No puedo casarme, no puedo ir así el día de mi boda.

–         Anda, que nadie se va a fijar en eso.

–         ¡No!

Cogió el móvil para llamar a su novio. Iba a decirle que no se casaba. Pero su madre la paró, no será así. ¿Cómo no se iba a casar ahora, con todo el esfuerzo y dinero que había costado esa boda? Pero ahí estaba ella para solucionarle, una vez más, la papeleta a su niña. ¿Qué es si no una madre? Nada mejor que ver lo mucho que te necesitan tus hijos.

–         Nada, nada, olvídate, no vas a dejar de casarte solo por una arruga en tu escote. Esto te lo resuelvo yo en un momento.

Su madre no le dejó tiempo a reaccionar de ninguna otra manera. Antes de que pudiera abrir la boca ya tenía hilo y aguja y le estaba haciendo unas puntadas para corregir la arruga.

–         Ya está, ahora ya no se nota nada. Estás perfecta.

Laura se veía exactamente igual. Nada había cambiado, la arruga, que antes nunca había visto, ahora seguía ahí y era lo único que podía ver. No veía el resto del vestido, no veía el precioso peinado, ni veía su propia cara, sólo una arruga y unos descomunales y grotescos pechos.

Pero era la hora y su madre orgullosa se llevó a su trémula hija arrastras hasta el altar. Todo fue rápido y fugaz. Hasta que por fin hubo un parón, un break en todo ese frenesí, un silencio. Todo el mundo callado, la iglesia en silencio todos esperando su respuesta. Y ella pensó que tenía una arruga que le arruinaba el esfuerzo de más de seis meses para estar increíblemente bella. Su respuesta fue no. Le susurró algo al novio antes de salir corriendo.

Su madre se quedó pálida, no pudo detenerla porque eso sí, tantos meses de dieta y ejercicio la puso en forma. Laura desapareció como una bala.

Fue por boca del novio que la madre de Laura supo que su hija no sé casó porque tenía una arruga en el escote. La respuesta de la madre fue:

-¿Qué arruga? No había arruga, se lo dije solo para… No sé porque le diría algo así.

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El día que conocí a un verdadero peregrino

Esta mañana, de madrugada, he recordado un personaje al que conocí hace años. Tal vez es que he soñado con él, pues me he despertado y lo tenía en la cabeza.

Debo decir personaje porque a ningún guionista o escritor se le hubiera ocurrido un personaje así, más que nada porque sería muy poco creíble.

Volvía un día de madrugada a casa, sobre las 6 de la mañana, con el primer tren. Volvía de fiesta, en aquella época sobre el 2005 o 2006 solía salir a menudo de fiesta por toda la noche y volver de madrugada. Pero contra todo pronóstico, el primer tren de la mañana del domingo iba abarrotado. Yo no era la única que salía… el tren se paró en  una estación por lo general desolada que no deja de tener un sorprendente encanto que, sin embargo, pasa desapercibido cuando estas acostumbrado al trayecto. Se abren las puertas del tren y ves el andén y el mar. Tal cual. Es una estación que está justo en la playa, y una playa más bien con poca arena, así que muy muy cerquita del mar. Pues en esta estación se subió el personaje en cuestión. Tenía aspecto de homeless, ropa algo sucia y descuidada, pelo y barba largos. Pero llamaba la atención que llevaba colgada del cuello una gran concha blanca, como las que llevan los peregrinos del camino de Santiago. Y algo que llamaba todavía más la atención, al menos mi atención, cargaba un gran mochila sobre la cual dormía tranquilamente un gato. ¡Sí! ¡Un gato! Ni estaba atado ni en una jaula. El gato dormía sobre la mochila ignorando completamente su alrededor. Yo no pude evitar mirar al tipo con curiosidad, así que lo que conseguí fue atraerle. Apenas puso un pie en el tren el tipo miró alrededor y enseguida se fijó en mi se dirigió a mí. Era portugués, así que apenas chapurreaba un poco de español pero más o menos conseguí entenderle. Me pidió que le escribiera el nombre de la estación en la mano. Así lo hice, rápidamente saque mi boli del bolso (si hay algo que siempre llevo en el bolso es un bolígrafo) le escribí en la mano “Montgat”. Entonces me explicó el por qué. Decía que iría hasta el final de la línea y cuando llegara buscaría al revisor y le diría que se había subido en esa estación “Montgat” y pagaría su billete. Porque él no era un ladrón y pensaba pagar. Entonces ya cogió carrerilla para contarme toda su historia. Empezó a sacar papeles y papeles, me contó que era un peregrino de Santiago, como bien indicaba la concha, que llevaba peregrinando 6 meses, que había estado en Roma, en Marsella y no se cuantas ciudades más, me mostró papeles con sellos de todas las ciudades. Y que había ido siempre andando a todos sitios, que nunca hasta ese día había usado transporte público o hecho autostop. Sólo andar. Pero que aún así pensaba pagar su billete de tren, que el no era un ladrón. ¿Y por qué cogía el tren por primera vez en seis meses? Pues porque él no era un ladrón pero otra gente sí. Resulta que estaba durmiendo en la playa, en su tienda de campaña y, palabras textuales del peregrino, unos moros entraron en su tienda a robar, se cagó en la madre de los moros subiendo la voz. A lo que yo hice lo posible por tratar de que bajara la voz, el tren iba abarrotado sólo faltaba que nos dieran de ostías por racistas. Siguió explicando, entre portugués, algo de español y mímica, que él les lanzó al gato, me señalo el gato sobre la mochila, que a todo esto seguía durmiendo la mar de a gusto. Pues eso, que él les lanzó el gato y el gato les araño y los moros se asustaron y salieron corriendo. Pero que el decidió marcharse de ahí y por eso cogió el tren. Estaba enfadadísimo, por primera vez en seis meses tuvo que coger un tren por culpa de unos moros, él que era un peregrino y que no tenía nada. Que sólo tenía a su gato, que lo encontró siendo una cría y desde entonces viajaba con él, y el gato estaba ya bastante grandote.

Finalmente yo llegué a mi estación y el siguió su camino, imagino que a Santiago, aunque no dejé de preguntarme que hacía en Barcelona??? Un camino de Santiago muy largo. Pero me encantó ese encuentro. Tengo una cierta tendencia a que los desconocidos me hablen, especialmente si están desequilibrados. Será porque yo soy muy callada y les parece que escucho. Por lo general me molesta bastante pero en este caso yo estaba fascinada. La concha, el gato, la historia de moros y cristianos, el gato utilizado como arma de defensa. Maravilloso.

Y hoy, de madrugada, aproximadamente ocho años después me he despertado y no podía dormir y pensaba en ese tío. En su libertad, en haber viajado de un lado a otro sin nada, sobre todo sin miedo. Con su gato fiel que no tenía que obligarle a estar con él, el gato  iba con él porque quería.

Entonces le tuve envidia y se la sigo teniendo. Porque todas esas cosas que a mi no me dejan dormir seguro que él está totalmente libre de ellas.

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FRACASO, JUSTICIA Y PERFECCIÓN

Estaban un día el Fracaso, la Justicia y la Perfección tratando de hacer un árbol. Pero el Fracaso no lo veía claro, estaba convencido de que no podrían hacerlo. A la Perfección le parecía que no estaba los suficiente bien hecho, que debían esforzarse más. Y a la Justicia le parecía que no era justo que tuvieran que usar un trozo de tierra y sacrificar agua para un solo árbol. Así que cuanto más hacían más deshacían y se les pasaba el tiempo discutiendo. Cuando parecía que ya estaba casi hecho la Perfección decía que aquel árbol era una chapuza y tenían que volver a empezar. El Fracaso añadía que era imposible hacer un árbol que por más que se esforzaran les saldría siempre mal y la Justicia, bueno, la Justicia tenía argumentos para todo. Que era injusto que la Perfección decidiera cuando estaba bien o mal, que el Fracaso pusiera menos de su parte en la tarea, que la Justicia tuviera que pensar ella sola en lo que era justo e equitativo y nadie más le valorara su esfuerzo… etc, etc, etc. Finalmente pasó el tiempo y simplemente no hubo árbol. Nunca lo hicieron.

Pero entonces llegó la Naturaleza e hizo un árbol y le pareció que era Perfecto, y que había usado material y esfuerzo en la Justa medida así que a sus ojos aquel árbol era todo un Éxito. Probablemente ni la Perfección, ni la Justicia, ni el Fracaso hubieran pensado lo mismo pero es que no estaban allí para opinar porque no existen.

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AJUSTICIAMIENTO

Pedrito sufría de justiciosis aguda que no le permitía dormir. Y cuando algo te quita el sueño no puede ser bueno. Primero no duermes, luego no comes y luego te mueres. Y eso sí que está en contra del primer, básico y absoluto principio de la vida: ¡sobrevive!

Pedrito había hecho de la búsqueda de la justicia su modo de vida. No se había hecho abogado porque consideraba que la Justicia estaba totalmente corrupta y era… injusta. Así que ponía todas sus energías en una lucha más social. Trabajaba para varias ONG y era asistente social. También se daba de morros con la estúpida burocracia y la injusta Justicia día a día. Lo que lo enfadaba muchísimo. Se pasaba el tiempo quejándose de lo mal que funcionaba todo, de las grandes injusticias que habían en el mundo, en todas partes y de todo tipo. Pero era apreciado por muchos así como odiado por otros tantos. Mucha gente lo quería y lo admiraba por su pasión y voluntad. Y realmente su búsqueda de la justicia era muy loable, él conseguía que la sociedad fuera un poquitín mejor, ¿quién podría echarle esto en cara? Estaba más que bien cuando criticaba fieramente a los políticos irresponsables, bastante bien cuando se enfrentaba a algún empresario que había tratado mal a un cliente y no muy bien cuando trataba de que su novia fuera justa, tanto como él, igual que él. ¿Y por qué no? ¿Qué menos que tu pareja sea justa contigo?

¿Sí? ¿Seguro? ¿Acaso somos justos con nuestros seres queridos? ¿Son justos los hijos que tras toda una vida dedicada a ellos abandonan a sus padres cuando se hacen mayores para hacer su propia vida? ¿Pero acaso serían justos los padres que pretendieran que sus hijos nunca les abandonaran y por tanto no dejarles hacer su propia vida?

 Pues Pedrito no podía ser feliz, por que había demasiada injusticia en el mundo. No podía disfrutar de la deliciosa cena en un buen restaurante a la que su novia le invitaba porque le parecía snob. Tampoco podía disfrutar de las vacaciones que hacían visitando alguna bonita ciudad porque había tanta gente en el mundo que no podía permitirse algo así y no era justo. Tampoco era justo para su novia que, ya que él no podía disfrutar de nada de lo que hacían juntos porque le pesaba en la conciencia, ella tampoco porque entonces era una insensible. Una noche tuvieron una pequeña discusión. Ella quería salir con unas amigas pero él le recordó lo injusta que estaba siendo con él, ya qué el estaba hasta arriba de trabajo y no podía quedar con sus colegas. Tenía que quedarse en casa a terminar trabajo y que si no lo hacía habría mucha gente que sufriría las consecuencias de su descuido y egoísmo. “No es justo que tu salgas con tus amigas cuando yo no puedo”. Tras esto ella decidió hacer lo único que su conciencia le dejaba hacer. Quedarse en casa a hacerle compañía mientras él trabajaba y ella se aplatanaba en el sofá.

–         Ven aquí, sabes que te quiero. –la abrazó tiernamente.

–         Sí.

–         …

–         …

–         ¿Y tú?

–         ¿Qué?

–         ¿Qué no me quieres?

–         Sí, claro. ¿Por qué me preguntas eso?

–         ¿No es obvio?

–         ¿…?

–         Te he dicho que te quiero y tú no me lo dices a mí.

Una vez más. Para Pedrito todo tenía que ser reciproco, equilibradamente equitativo por igual y para todos igual. Pues tal vez sería verdad que no lo quería porque lo cierto es que la hacía muy infeliz y eso no era justo.

Pedrito perdió a su novia pero sólo porque ella fue muy injusta con él. ¿¿Cómo pudo dejarle?? Él nunca la hubiera dejado, él nunca habría hecho algo así.

Es que amigos el mundo es injusto, o bueno, el mundo simplemente es como es. Como dijo Punset: el mundo cambió para siempre desde el momento que la primera ameba devoró a otra. Apareció el primer depredador. Pero es que la naturaleza esta organizada de modo aleatorio y casual pero funciona. No es justo que sean las mujeres las que tengan que sufrir el parto pero alguien tenía que llevarse esa parte de la reproducción humana. La justicia es una cosa de tantas más que nos hemos inventado los seres humanos. Y para bien, por su puesto, nos hace convivir mejor y  nos ayuda a ser más felices pero cuando nos hace felices no infelices.

La justiciosis de Pedrito no le dejaba ver a su novia, sólo quería que su novia fuera como él, puesto que él que era tan justo era mucho mejor y más bueno que el resto de la gente que no hacia nada ante la injusticia.

En su búsqueda de la justicia se olvidó de buscar la felicidad y perdió la poca que tenía y eso tampoco era muy justo.

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